La huella de tus afectos


Etérea:

Con constancia viene a mí tu recuerdo,
aunque nunca espere su visita,
para regar la flor de por ti mi amor
que por ti a la larga se marchita.

Me niego en mis sueños a verte,
donde sin rostro te apareces
y de tu presencia huyo.
Me diagnostico la muerte
si tu ausencia no es mi fuerte
en este aposento tuyo.

Has dicho que es una maníaca enfermedad
el que me gustara sucumbir contigo
absorto en el encierro de mi oscuridad.
Pero esta ha sido siempre mi naturalidad,
y no es como tú habías afirmado,
que yo a loco y anómalo había parado,
sino que tú has perdido, y no te has ganado
que yo te declare mi amor con suavidad.

Me encierro a oscuras sin ti —y estando contigo—
para conversar con las lágrimas que brotan.
Dicen que mi rostro me delata confundido
porque me he convencido de que estás conmigo
y que solo ha sido el olvido de ti el que se ha ido;
y me han declarado perdido en mi derrota.

Cargo de mi confusión un amargo sabor
que en mí adentros sigue produciendo dolor,
pero entre todo esto no asimilo, y aún no sé,
si este tormento conmigo es odio o aún amor.

No quiero huir al sinfín para encontrarte nuevamente
sin haber saboreado este estado lo suficiente
como para creerme cuerdo y sentirme consciente
de que vivo por ti reprimido en un sueño herviente.

Efigie:

El cegado corazón se niega a entender
que tú no eres quien mi ser con afán busca,
y le regala como idiota su querer
a quien su alma desdichada más ofusca.

Insuflado por quien agoniza
por una fantasía de vida,
que cada día se profundiza
con la largura de su eterna ida,
este vive cantando como un cuerdo
cómo con la soñada al fin se topó;
no sabe que es un vago recuerdo
de algo que en realidad jamás sucedió.

Te maldices porque al fin abrir tu mente no quisiste,
y por no detenerte a meditar en tus adentros;
te maldices porque ni del dichoso amor aprendiste
cuando estuviste presente en todos nuestros encuentros.

Tú, por la genialidad de los sentires no querer abrazar,
y por encerrarte tan apáticamente en tu sucia ignorancia
para vivir en el inmundo deseo ilusorio y superficial,
caíste presa de lo que es y será la verdadera oscuridad;
y no verás la luz de conocer la auténtica felicidad.

Y mírate... Ahora te veo entre los demás;
ya has absorbido su caminar, buscas su andar.
No sé si el cambio fue desde un principio mi visión,
o si fue el resultado de nuestra resolución,
que te hace pensar que todos merecen tu amar.

En cambio, yo en éxtasis saltaré entre esos momentos,
memorando lo que fue al fin solo un falso sentimiento;
engañándome al reconocerte como la soñada,
por imaginarte como en realidad nunca fuiste;
realidad quimérica que acarreó mi tormento.

Sé que no solo tengo de ti estos sentires grises;
por eso es que te deseo el bien que nunca me diste,
y que puedas ser feliz como siempre lo quisiste:
mofándote del dolor de quienes ridiculices.

Y como siempre oigo de mi presente:
vivo absorto por ti en mi vida pasada.
Así es como dejas junto con la etérea
intachable en mi tu santa huella,
marcada por siempre en mi ser vorazmente:
escribir mis dolores e ilusiones
cuando no me esperaba tal ufanada.

Efigie/Etérea