Dolor ahogado de un cobarde


Con mis cartas en tus manos te veía,
hablando de mis versos a mis espaldas,
con una descarga enfocada en mi palabras
que solo descerebradas atendían;
con una ira idealizada enfermiza
por el que solo un idiota moriría.

Aun así, como con viva y alta voz,
y con ánimos de que escuchara,
lo que no podías por falta de valor
acercarte y decírmelo a la cara.

Podrían parecerte joviales estas líneas,
y quizá sea lo más ridículo que leas de mí,
pero mírate, me es irresistible no comentar
todas las altercaciones que he causado en ti.

Teniendo el furor para enfrentarte,
en los cuarteles de tu escondrijo
ni en tus recintos logré encontrarte.
Y ya que te has ido dejando tu estela,
esa ardiente llama se ha apagado
esperándote ferviente en la hoguera,
cuando su intención era chamuscarte.

Solo me queda el desparramo de cenizas
de aquel fulguroso fuego que por ti ardía.
Y entre reflexiones me niego en reconocer
lo que entre esta discordia nos podíamos hacer
si yo con este valor tan cobarde te buscara
y tú a mí con tu ira descerebrada me encontraras
al final de todo este dramático desdén.